En casa de la abuela había una de esas librerías de
biblioteca antigua que destilan maneras misteriosas.
A pesar de contar entre
sus estantes con polvorientos libros y volúmenes descatalogados de incalculable
valor, acumulaba también ejemplares novedosos adornados con portadas coloridas
y rellenos de cientos de hojas de excepcional blancura.
Tenía
la librería un olor incomparable, a rancio y madera de pino, que inundaba la
sala durante todo el día, y en una de sus esquinas superiores escondía una
extraña inscripción a la que resultaba imposible acceder sin la ayuda de alguna
escalera de mano.
La
abuela se había encargado de mantenerlas todas lejos de nuestra vista. A salvo
quedaban también las novelas de Julio Verne, con las que solía fantasear sobre
su identidad, y que descansaban sobre la balda superior.
Una
tarde, sin embargo, alguien dejó olvidado un taburete cerca de la librería y no
tardamos en abalanzarnos sobre él para comprobar con nuestros propios ojos que
el grabado hacía alusión a un suculento tesoro escondido en la famosa y distante
isla de Cantamás.
Desde
aquel día concentramos nuestras energías en organizar una expedición a la isla,
capitaneados por la abuela y cargados con algunos de aquellos ejemplares de la
librería que hacían alusión a viajes extremadamente peligrosos o a las
aventuras más arriesgadas emprendidas por jóvenes curiosos e intrépidos.
DONAIRE GALANTE