Doña Rosa va y viene por entre las mesas
del Café, repartiendo besos y claveles
como si de una artista de cabaré se tratase.
Desde el rincón le sigue la pista
Octavio. En la mano un puro rancio y en la mirada una advertencia: esa mujer le
pertenece y, si alguno osa disputársela, está dispuesto a arrancarle el alma de
un mordisco.
En la barra discute Marcelo con Juancho “El rayas”.
Política y vino forman mala combinación, aunque más de uno se empeñe en
arreglar los desarreglos de los de arriba y sacar al país de la ruina.
Justo cuando hace su entrada triunfal Maruja, la niña
de la voz de ángel, agota su última flor Doña Rosa. Es tiempo de dar paso a la
juventud, y la niña dirige el paso hacia el tablao.
Grácil como una pluma, con
ojos curiosos aunque experimentados, deja caer la vista sobre el público que,
rendido a su arte, aguarda el comienzo de la función.
Divisa Maruja a Octavio, hipnotizado desde hace rato
por su nubilidad, y le lanza un ósculo.
Malinterpreta el gesto Doña Rosa y se
lanza furiosa hacia el escenario. Marcelo, Juancho y tres clientes más tratan
de separarlas, pero sólo consiguen llevarse unos cuantos arañazos y un manojo
de cabellos desgreñados.
Desde el rincón, contempla Octavio el espectáculo, al
tiempo que apura los restos de un cigarro trasnochado.
DONAIRE GALANTE