miércoles, 22 de febrero de 2012

CHARLES DICKENS, PARADIGMA DE LA LITERATURA SOCIAL

            Podría decirse que Charles Dickens fue pionero en lo que a novela social se refiere. La miseria, el desaliento y la esperanza a pesar de todo, el calor del hogar, la realidad que lo rodeaba y preocupaba constituían los temas principales de sus textos.
            Era Dickens uno de esos tan escasos y necesarios escritores polemistas, cuyos artículos periodísticos no dejaban indiferentes a sus contemporáneos. Observador y crítico, no se mostraba dispuesto a asimilar las normas de una sociedad decadente y clasista, que manifestaba su notable hipocresía defendiendo unos valores rancios y absurdos que, sin embargo, no llevaba a la práctica.
            Los niños explotados en trabajos inhumanos, la prisión como consecuencia de la pobreza, la tragedia de una prostitución como mal inevitable o la corrupción burocrática fueron algunos de sus argumentos recurrentes.
            Fue por ello precursor de una literatura innovadora en muchos aspectos. Una literatura no exenta de humor e ironía que reflejaba la vida cotidiana de la Inglaterra victoriana.
            Su extremada sensibilidad le llevó a crear personajes de hondo calado: Ebenezer Scrooge, Fagin, Mrs. Gamp, Charles Darnay, Oliver Twist, Micawber, Pecksniff, Sam Weller, David Copperfield  y otros tantos engrosan hoy las listas de compañeros inolvidables de las bibliotecas y librerías de todo el mundo.
            La crítica social, en definitiva, es uno de los rasgos más destacables de la personalidad literaria y artística, aunque también humana, de uno de los escritores más populares de todos los tiempos.

Donaire Galante

sábado, 4 de febrero de 2012

LA ECONOMÍA DE LAS PALABRAS


«Más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo»
Miguel de Cervantes Saavedra

            Ya lo apuntaba el celebrado genio de las letras: está sobrevalorado el abuso de la palabra. Y es que son demasiados los que las malgastan.

            Si miramos alrededor comprobaremos que abundan los discursos copiosos, de oratoria fácil pero pobres en contenido a la postre.

            Subestiman nuestra inteligencia quienes abusan de nuestro tiempo cargándolo de frases llenas de humo. No hace falta adornar el mensaje que queremos transmitir con pomposas expresiones y enumeraciones vanas destinadas a confundir más que a comunicar.

            Es como tratar de ponerle un velo al sol. Nuestro público, curtido en impostura y falsedades, no lo agradecerá. Y si resiste la provocación lo hará ejercitando el autocontrol y dando una lección ejemplar de buenos modales. Pero nunca por interés.

            Hay algo mucho más importante que saber qué decir, y es aprender a callar cuando las circunstancias lo requieren. No aburrir, evitar lo innecesario y, sobre todo, ser breve, seleccionar con minuciosidad las palabras. Trabajar, en definitiva, con la precisión de un cirujano. Estas son algunas de las claves del éxito de cualquier disertación.

            Como decía aquel famoso proverbio árabe, no abras los labios si no estás seguro de que lo que vas a decir es más hermoso que el silencio”. Amén.