Lo guardé cuidadosamente bajo la
saya antes de abandonar el monasterio. El viaje que me aguardaba era largo y
tortuoso. Apenas contaba con unas pocas monedas para llegar a mi destino y
muy poca ayuda, pues todos mis compañeros habían desaparecido a manos de la
Santa Hermandad.
Si lograba mantener el manuscrito a buen recaudo hasta
alcanzar el otro lado del río aumentarían mis posibilidades de sobrevivir.
Conocer un secreto de tanta magnitud significaba arriesgar la
vida, especialmente cuando la intención era llevármelo a la tumba.
Atravesé el jardín con sigilo. Los
religiosos dormían. El silencio nocturno era sólo interrumpido por el graznido
ocasional de las lechuzas o el canto de grillos y chicharras.
“Lo lograré”,
me repetí mientras avanzaba en dirección al bosque. Con aquella indumentaria
jamás me reconocerían. “Además, una mujer jamás levantará sospechas entre los
habitantes de la comarca”.
DONAIRE GALANTE