Un amigo me preguntaba esta mañana cuál es el motor del proceso
creativo.
Cómo arranca la creación. De qué manera surge la idea que
sustenta, a posteriori, un relato, un cuento, un texto más largo.
¿Os ponéis los escritores a pensar antes de acometer la tarea?
¿Lo tenéis todo en la cabeza una vez que decidís empezar? ¿Preparáis un guión o
algo por el estilo?
Eran muchas las preguntas, como muchas y distintas son las
posibles respuestas que se pueden ofrecer a estas cuestiones.
Mi trabajo, le expliqué, obedece fundamentalmente a impulsos
creativos.

Nunca el dicho popular “cada maestrillo tiene su librillo” tuvo
un sentido más pleno que en el caso de la escritura.
Si bien es cierto que la continuidad, el compromiso diario,
obligan a trabajar unos recursos estilísticos.
Para algunos autores el texto puede nacer de una primera frase; también
de un título inspirador. A partir de ahí dejar que fluya suele ser el método
más ensayado.
Otros, en cambio, son partidarios de una estructura elaborada
con anterioridad, a raíz de la cual se desarrolle, con mayor o menor
permisividad al cambio, el resto.
Cuando se
le pregunta sobre su método de trabajo, Ken Follet, uno de los escritores más vendidos del panorama actual, reconoce tener establecido un ritmo:
"Esta mañana, como todas, ha encendido el ordenador nada más levantarse. Se ha enfrentado, en albornoz y con una taza de té, al texto que redactó el día anterior. Ha corregido esas páginas –"siempre rehago lo que escribí el día de antes"– y ha perfilado la escena siguiente. Es su ritual habitual de dos horas de escritura, antes de desayunar, vestirse, afeitarse y continuar escribiendo hasta el almuerzo".
(Entrevista para El
Mundo publicada
en junio de 2008)
Disciplina frente a inspiración. Rutina versus libre albedrío.
O una mezcla de ambas son las fórmulas que alternan los
escritores de éxito.
Que cada quien escoja su pócima.
Donaire Galante