Del mismo modo que necesitamos tocar a las personas, disfrutamos acariciando los libros.
Sus
páginas, en esa suerte de intimidad que se crea durante la lectura, se
convierten en aliadas del autor en su objetivo de hacernos llegar un mensaje.
Mientras
saltamos de un folio a otro, deslizando nuestros dedos sobre el papel, podemos
experimentar en nuestra propia piel la rabia, el deseo, el anhelo.
Somos
capaces de vibrar ante una declaración de intenciones largamente contenida, de
dejarnos sacudir por un terremoto en una isla perdida en medio del océano o
permitir que la intensidad de la marea del desamor nos arrastre hacia el vacío
de una noche sin fin.
Si los
corazones de los protagonistas se encienden impelidos por las pasiones que el
escritor ha puesto en ellos será el nuestro mismo el que lata con vocación de
romper las paredes de la cavidad torácica que lo contiene.
Al
permitir el contacto, el libro se entrega como el amante apasionado. Sin
condiciones ni reservas.
Al palparlo, nos introducimos en sus entrañas,
desgranando los misterios que oculta a simple vista.
Percibimos
el perfume del mar, el del carbón, el olor a desilusión o el de un éxito
abrumador.
Ni siquiera sospechábamos que existieran antes de haberlos leído,
pero ahí están, traspasando la frontera de la imaginación, tal como los
describe su creador.

Cualquiera
puede hacerse realidad por encima de las letras.
Es la
magia de la lectura, tradicional o digital, la que logra materializar cada uno
de estos sueños.
DONAIRE GALANTE