viernes, 12 de diciembre de 2014

AZUL

He visto un pájaro en ese pedazo de azul que es el cielo. Justo en el trozo que encuadran mis ojos cuando me tumbo sobre la hierba y fijo la mirada arriba. Descubrir lo que acontece en esa perspectiva me complace. Una nube que se aleja espoleada por el viento, un avión que en su camino deja una estela de espuma blanca atravesando el infinito. Y aves. Muchas aves que de modo intermitente se cruzan. Solitarias o en bandadas, animales que simbolizan la libertad y la vida natural, despertando mis anhelos.
Sueño con ser como ellas, imagino que me uno a su peregrinación y con esta idea me quedo dormido sobre la hierba húmeda. Después, cuando despierto, recuerdo que más abajo me espera el lago, ese otro pedazo de azul que tampoco me resulta indiferente. Fantaseo con convertirme en un pez. Recorrer el lago de parte a parte, dejarme acariciar por la frescura del agua, bucear. ¡Si aquellas barcas no estuvieran! ¡Si nada perturbara la vista del lago, su quietud! Pienso en cómo sería fundirse con la naturaleza, hacernos una sola cosa ella y yo.
Avanzo unos pasos hasta alcanzar el borde del precipicio. Ahora o nunca. Debo resolver sin demora. Calculo que he de planear unos metros, los suficientes para superar la zona de barcas. Después podré hundirme con comodidad en el agua. Ser libre.
Y me lanzo. Mi cuerpo desnudo se frota contra el viento, Veo las barcas, y al fondo las casas que sirven de vivienda a los pescadores. Más arriba el cielo. Mi cielo. Ese pedazo de azul donde fijo la vista cada día, estimulando los sentidos. Muevo los brazos, los agito a la velocidad de un aeroplano. Observo satisfecho cómo se van transformando en alas. Alas que me dirigen hacia destinos insospechados.
Azul. Alrededor todo es azul. Mi mundo es azul. Desde arriba observo con satisfacción la sorpresa que ha generado mi metamorfosis entre los pescadores. Me observan, porque envidian mi nueva condición. Todos sueñan con ser pájaros. Como yo lo soy ahora. Luego devuelven sus miradas al agua donde un cuerpo caído desde arriba yace junto a las barcas. Mientras que yo continúo sobrevolando el azul del cielo.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

TARDE DE MÍNIMOS EN MEDINA SIDONIA

 

POR CORTESÍA DE TAETRO:


TARDE DE MÍNIMOS EN MEDINA SIDONIA

 


Triple sesión: teatro + solidaridad + exposición


TEATRO
Tarde de mínimos con las confidencias de una inmigrante eslava sobre la cultura española; un sainete español ambientado en plena crisis ... ¡de Asturias! y, de postre, la sublevación de una extremidad corporal con vida propia.

Programa

¡La bolsa o la morcilla! de Rosario Naranjo
La chica serbia de Patricia Suárez
La mano de Javier García Teba

Sábado 22 de noviembre
Teatro Miguel Mihura
Medina Sidonia
20.30 h
Entrada: 1 litro de leche


SOLIDARIDAD
El Banco de Alimentos de Medina necesita principalmente leche por lo que la entrada para la sesión teatral se canjeará por un litro de leche (o más) para abastecer a las familias que lo precisan.

EXPOSICIÓN
Veinticinco años de imágenes estarán expuestas en Medina durante la semana previa a la representación. Una forma de conocer la trayectoria de esta asociación cultural que sigue teniendo la misma filosofía: amor por el teatro y cultura libre sin ataduras.


domingo, 9 de noviembre de 2014

LA VENDEDORA DE BESOS


El puesto más visitado del mercado durante aquel verano resultaba, sin lugar a dudas, el de los besos. Tanto que ya se disparaban en las quinielas las apuestas a favor de Flor, la hija de la dueña, como ganadora del honroso título de mejor vendedora del año.

            Flor servía su mercancía de lunes a domingo, desde que salía el sol hasta la caída de la tarde: besos de diferentes sabores, de colores impensables, incluso de olores varios. Tenía besos personalizados según el destinatario: besos para galanes incorregibles, besos para jovencitos desaforados y para tímidos imposibles. Besos para chicas inexpertas y besos para maduras amas de casa a la caza de sensaciones nuevas.

           
Despachaba también besos de padre, de abuela, de amigo o de simple conocido, besos de mascota, besos de mar, de viento y de sol; también besos de distinta velocidad, desde muy rápidos a los más lentos del mundo, besos que eran como suaves caricias que apenas rozaban el rostro y besos profundos, largos e inolvidables como una noche bajo las estrellas. Besos, en definitiva, heterogéneos y, en algunos casos, radicalmente opuestos, pero todos igualmente deliciosos.

            Pero lo mejor de la cuestión era el modo en que Flor los servía, pues utilizaba una suerte de tarjetas floridas y perfumadas capaces de robarle a uno el sentido, y ahí es donde, según comentaban los entendidos, radicaba el secreto de su éxito.

            Una tarde de agosto ocurrió algo que cambió el destino de Flor. La chica estaba a punto de cerrar el puesto: aquel día había repartido besos hasta quedarse sin aliento. La habían visitado los dos grupos de escolares cuyos autobuses se habían detenido en el pueblo de camino a la playa. Pilar, la pescadera, y sus dos hijas; Tomás, el capitán de la guardia civil, Rosalinda, la alemana y Antúnez junto a otras dos familias, además de unos cuantos curiosos que, después de combatir las reticencias iniciales, se habían atrevido a tantear el producto.

Un apuesto forastero se dirigió hacia la tienda y la abordó con desparpajo, y su arrojo fue tal que, en menos tiempo del que se tarda en decir mu, le había robado a Flor un beso extraño y precioso, un beso desconocido hasta el momento, uno del que la experta besadora no había dispuesto jamás en su negocio.

            Desde aquel día Flor se vio obligada a colgar en el escaparate un letrero que rezaba “Cerrado por vacaciones” que todavía hoy, treinta años después, sirve para disuadir a los buscadores de besos de su propósito de probar uno de labios de Flor.

           

sábado, 18 de octubre de 2014

DESDE AQUELLA PLAYA

                                         

Anoche soñé con aquella playa donde solíamos pasar los veranos. Atardecía y apenas quedaban unos pocos grupos de personas rezagados sobre la arena, colocados mirando al sol que arrastraba sus últimos rayos en su lento caminar hacia otro día. Más allá cuatro o cinco pescadores se alineaban frente al agua. Con trabajo mantenían la vista al frente luchando contra el deseo de contemplar la puesta de sol que se avecinaba. Del mar escapaba una extraña quietud, aparecía tan compacto y uniforme como un enorme lago helado durante el invierno. No soplaba la brisa ni se oía más sonido que el de mi propio corazón que se agitaba dentro de mi pecho.

De repente el ladrido de un perro irrumpió en medio de aquel ambiente perezoso y Jerry vino hacia mí, tan majestuoso en sus movimientos como siempre y desafiando a la arena blanda que parecía querer tragarse sus patas mientras avanzaba. Detrás venías tú, las mejillas encendidas por la carrera y esa sonrisa torcida de la que jamás te sentiste orgullosa pero que a mí me transportaba al paraíso. Quise ir a tu encuentro pero la misma calma chicha que invadía la playa se había apoderado de mí, así que tuve que conformarme con ver cómo recorrías la distancia que nos separaba conteniendo el aliento.

Estabas a punto de alcanzarme cuando se produjo un gran estruendo: el cielo se tiñó de tonos ocres y anaranjados, igual que aquellos que despiden al sol antes de la llegada de la noche, y sobre mi piel caían unas gotas espesas de una lluvia insólita del color de la sangre. Todos habían desaparecido y tú tampoco estabas. Otra vez te habías ido, otra vez me habías dejado para siempre.

Desperté sobresaltado y tomé entre mis manos la fotografía que nos hicieron el último año que estuvimos en aquel pueblo: la playa todavía seguía allí y yo te contemplaba con mirada soñadora… pero tú ya no sonreías.
 

domingo, 28 de septiembre de 2014

TRIANA



Las horas se cantan por soleá donde yo vivo. Más allá del río, en un rincón donde la esperanza es un rostro de virgen además de un sentimiento y los versos se adornan con compases de guitarra y quejíos, allí construí yo mi nido. Desde mi atalaya dirijo diariamente la mirada hacia el asfalto que palpita debajo. Mis pupilas registran el discurrir de una vida que se desarrolla entre un puente que es caja de recuerdos, de hechos que perviven en la memoria, y los huertos de El Aljarafe sevillano. Quien alguna vez rozó el cielo sabe lo que siente el afortunado que se adentra por vez primera en Triana. Que se empapa de su gente, de su idiosincrasia, de ese aire de leyenda que impregna sus calles. Tres ríos, Trajano, Historia en definitiva. Historia y Arte por los cuatro costados.

Un castillo, una catedral, y el río… Dicen que huele a mar y a la arcilla con que los alfareros fabrican sus piezas. Pero los que la vivimos sabemos que también despierta el resto de los sentidos. Desde Triana se adquiere una singular perspectiva de Sevilla. Cantaban que Sevilla tiene un color especial y Triana tiene el sabor, el olor, el tacto. Todo en Triana es especial. Tiene la música que es el flamenco y tiene la voz, que es la de los artistas, los gitanos, los toreros, la de los intelectuales, los pregoneros, los escritores que la honran con devotas palabras. Tiene la fisonomía y también el color, el que le ponen las flores de los corrales de vecinos y el remolino que conforman los habitantes de su plaza de abastos.

Pero, sobre todo, tiene el corazón. Corazón que late al ritmo de su gente. Corazón que vuela. Que se ensancha con cada sonrisa, con cada propuesta.
Así que ya lo sabes: si quieres contagiarte de alegría, de energía, de pasión...

Vente pa' Triana!
DONAIRE GALANTE dixit
 

jueves, 4 de septiembre de 2014

LA MAGIA DE LA MÚSICA


“Los nativos no tardaron en aparecer. Ordenadamente, se distribuyeron formando dos triángulos concéntricos en un descampado y en el centro situaron una tienda de campaña decorada con dibujos de vivos colores. Extrañamente, no la fijaron al suelo. Mientras tanto, un grupo de músicos ricamente ataviado fue tomando posiciones junto a la formación de indígenas y comenzó a golpear de forma rítmica sus tambores.

La señora Margaret A. Bevan estaba atónita. Había viajado a Canadá en 1939 para presenciar aquella ceremonia, y había obtenido el permiso para seguirla desde el triángulo interior. Lo que no hubiera podido imaginarse nunca es que aquella tienda iba a comenzar a temblar y a elevarse sobre el suelo. Primero ascendió unos cuatro metros de altura, para luego descender y retornar a su posición inicial. Pero al acelerarse el ritmo de los tambores, la tienda volvió a perder peso y a ascender. Al descubierto quedó una pequeña hoguera que desprendía un olor aromático similar al incienso.

Y no acabó ahí todo. La señora Bevan observó también cómo los músicos cambiaron repentinamente de ritmo. Al extenderse el nuevo sonido por la planicie, la tienda voló por tercera vez, aunque sobre el suelo se hizo visible la silueta brumosa de un indio atlético vestido con ropajes blancos. ¿Un espíritu? Cuando la tienda descendió por última vez, aquella imagen se esfumó...”.

jueves, 7 de agosto de 2014

EL MAR Y YO

Tratar de negarlo es inútil. Existe un affaire entre el mar y yo. Supongo que lo he sabido desde siempre: estamos ligados por espíritu. Y, aunque procuro alejarme de tanto en tanto para olvidarlo, es una relación que se aviva con cada reencuentro.
Lo quiero por las cosas que me hace sentir, por el sonido de su voz, que es el de las olas que acarician la playa. Por el sabor salado de su piel que se enreda con la mía en cada abrazo que el mar me regala cuando camino mar adentro, con destino a su corazón. Lo quiero porque representa la paz, la quietud. Porque me reconcilia con lo bueno y lo malo de la vida, y es fresco y cálido a la vez y porque refleja el beso del sol y la sonrisa pícara de la luna. Incluso cuando está bravío amo la furia de sus aguas revueltas, cargadas de pasión.
El mar es un soñador. Y un contador de historias. Vivir junto a él es una permanente aventura. Conserva recuerdos por docenas. Encierra relatos de piratas, de míticas criaturas, hermosas como piedras preciosas, y batallas capitaneadas por valientes.

Cuando el tiempo me separe de él aún conservaré su olor durante días. Como el de uno de esos amantes que dejan sobre la piel su huella indeleble. Ilusión de libertad que la rutina terminará por arrebatarme. Como cada vez.