La
tarde en que Manuela alcanzó su sueño corría el mes de Agosto y hacía frío de
otoño. El mar estaba encrespado y el sol se había perdido en el horizonte,
espoleado por la tormenta que se anunciaba ya en forma de viento del Norte.
La
joven artista alineó sus cuadros sobre las losas de piedra del paseo marítimo.
Se sentó a esperar. Unas pocas gotas le bañaron el rostro, pero permaneció
impasible. Contempló cómo sus compañeros recogían sus bártulos y comenzaban la
retirada sin apenas pestañear. Después aspiró el aire salado, llenándose los
pulmones de melancolía añil. El cielo se cubría de grises nubarrones, y Manuela
se sintió sacudida por una brisa casi glacial.
Cuando
el primer relámpago encendió el crepúsculo corrió hasta su maletín. Desplegó el
último lienzo y lo colocó junto a los otros. La excitación le impidió volverse
a sentar, pero se mantuvo a una distancia prudencial hasta que el rayo atravesó
la bóveda celeste, ahora ennegrecida por la repentina caída de una noche
borrascosa, y descargó su furor sobre la tela, dejando una estela de ardiente naturaleza.
Satisfecha,
reunió todas sus herramientas de trabajo y emprendió el regreso al taller.
DONAIRE GALANTE
Una tarde de tormenta de verano puede dar mucha inspiración y no solo para pintar.
ResponderEliminarUn abrazo
así es, compañero. Se me ocurren otros muchos campos donde echar a volar la imaginación. Un abrazo.
EliminarImpresionante cuento. Enhorabuena
ResponderEliminarun abrazo
fus
Gracias, Fus!
EliminarHola Donaire.
ResponderEliminarEste verano he realizado una ruta camknando por la Costa Brava y me llevo para el recuerdo unos paisajes que en lienzo serian de gran belleza, admiro a la gente que sabe plasmar tanta maravilla con los colores y el pincel. Un abrazo